Conocí a Carlitos en Neverland, durante unos años huérfanos en donde nos sentíamos inmensamente sabios y tristes. En realidad éramos ridículos y tontos, pero no lo sabíamos y ahora resulta muy tierno. Carlos tiene un hijo y sigue viviendo en Neverland, pero la orfandad se ha desdibujado y en su lugar, el rostro de su hijo resplandece.